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domingo, 23 de setembro de 2012

San Pío de Pietrelcina: un alma crucificada

Gaudium Press - A Festa Litúrgica do Santo Padre Pío é no domingo 23 de setembro de 2012.- «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14).
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Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir «con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19).
Derramó sin parar los tesoros de la graciaque Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
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Este es uno de esos hombres
extraordinarios que Dios envía a
la tierra de vez en cuando para la
conversión de los hombres"
(Papa Benedicto XV)
Este es uno de esos hombres extraordinarios que Dios envía a la tierra de vez en cuando para la conversión de los hombres", dijo al Papa Benedicto XV a un Obispo de Uruguay luego de visitar al Padre Pío.
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Con esas palabras, el Prelado supo dar a la figura del fraile capuchino toda su dimensión: es la visita que Dios hace a la Humanidad en determinadas épocas, para indicarle el camino a la salvación. Con su inmensa popularidad y sus asombrosos dones sobrenaturales, San Pío de Pietrelcina fue, por encima de todo, un alma crucificada, ofrecida como víctima voluntaria por el mundo, sumida en un permanente coloquio con el Señor. De esas íntimas profundidades emerge la fuerza con la cual llegó a identificarse por entero con Cristo. Los estigmas de la Pasión son el sello exterior de esa unión mística entre el Creador y su criatura.
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La vocación
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Francisco Forgione de Nunzio nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, pequeño poblado vecino a Benevento, en el sur de Italia. Sus padres, Grazio y María Giuseppa, lo llevaron a la pila bautismal al día siguiente en la iglesia Santa María de los Ángeles, iglesia donde realizó después su primera comunión a los doce años.
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Era tenido por un niño callado porque raras veces jugaba con los demás. Cuando le pedían explicaciones a ese respecto, respondía que "ellos blasfemaban". Sus silencios correspondían a precoces pero hondas meditaciones, a momentos de oración entremezclados con la práctica de austeridades que ya señalaban la vocación que desde los 5 años veía con claridad: ser capuchino.
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En enero de 1903, con 16 años, entró como novicio a la Orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone. Terminado el año de noviciado emitió sus votos simples, que son profesados solemnemente en enero de 1907.
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Con los frecuentes traslados de convento durante los estudios necesarios para la ordenación, su precario estado de salud empeoró tanto, que le fue necesario volver a la casa paterna por orden de sus superiores, para la convalecencia. Aun así, no abandonó la vida regular de oración y meditación, unido en espíritu a sus hermanos que permanecían en el monasterio. En enero de 1910 pidió ser ordenado sacerdote prematuramente, ya que temía morir en cualquier momento. En agosto del mismo año fue ordenado en la capilla del Arzobispo de Benevento. Tuvo que regresar en seguida a Pietrelcina, donde permaneció hasta 1916.
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En septiembre de 1916, sus superiores notaron una pequeña mejoría en su estado de salud y decidieron mandarlo al convento de Santa María de las Gracias, situado en San Giovanni Rotondo. Fue una alegría para él poder dedicarse a la vida de comunidad y seguir la regla de los capuchinos.
El día 25 de mayo de 1917 merece ser registrado en su larga y santa vida. Cumplió 30 años; y mientras rezaba en el coro de la iglesia, fue agraciado con los estigmas de la crucifixión de Jesús, que permanecerán en él por más de 50 años.
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En el convento comenzó desempeñándose como director espiritual y maestro de novicios. También confesaba a los habitantes del pueblo que frecuentaban la iglesia conventual. Estos fueron quienes, poco a poco, notaron las especiales características del nuevo padre: sus misas a veces duraban tres horas, pues con frecuencia entraba en éxtasis, y los consejos que daba en el confesionario revelaban a alguien que "leía las almas".
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Cierta vez llegó una joven de Florencia, muy atribulada pues un familiar cercano había tenido la desgracia de suicidarse arrojándose al río Arno. Ya había oído hablar del padre de San Giovanni y después de la misa se dirigió a la sacristía para hablar con él. Apenas éste vio a la joven, completamente desconocida para él, le dijo con dulzura:
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- Del puente al río hay unos segundos...
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La joven, sorprendida y llorando, sólo pudo responder:
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- Gracias padre.

Hechos maravillosos como éste se repetían todos los días. Llegaban incrédulos que salían arrepentidos de su falta de Fe. Personas desesperadas recobraban la confianza y la paz de alma. Enfermos volvían curados a sus hogares.
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La compañía del Ángel de la Guarda
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Un rasgo que descubre su privilegiado contacto con el mundo sobrenatural es la estrecha relación que mantuvo la vida entera con su Ángel de la Guarda, al que llamaba "mi amigo de infancia". Era su mejor confidente y consejero. Cuando aún era un niño, un profesor decidió comprobar si esa magnífica intimidad era cierta. Le escribió varias cartas en francés y latín, lenguas que el padre Pío desconocía entonces. Al recibir las respuestas, estupefacto exclamó:
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- ¿Cómo puedes saber el contenido, ya que del griego no conoces siquiera el alfabeto?
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- Mi ángel de la Guarda me lo explica todo.
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Gracias a un amigo como ése, junto al auxilio sobrenatural de Jesús y María, el santo pudo ir purificando su alma en el crisol de los sufrimientos físicos y morales que nunca le faltaron.
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Para ler o artigo completo http://es.gaudiumpress.org/content/40522

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